lunes, 19 de diciembre de 2011

A diez años del 2001: La gesta de una nueva traición


 La clase trabajadora continúa pagando los platos rotos del capitalismo. Las medidas económicas progresistas del kirchenrismo no fueron tomadas por ideología de los gobernantes, sino porque el sistema necesitaba mostrar su mejor sonrisa, para ocultar su rostro de horror y hambre. Subsidios, planes universales y desactivación de la militancia son algunos de los mecanismos de control que la burguesía comenzó a vislumbrar desde el momento que De La Rua renunció

 Por Ezequiel Alvarez


AQUELLOS DIAS DE DICIEMBRE

Las detonaciones de escopetas retumbaban en la “City porteña”. El Estado se caía. Mientras, en el aire, un helicóptero apresurado huía rumbo a la historia. La Avenida de Mayo - adornada con una alfombra de cascotes- fue la vena por donde se desangró la Argentina “neoliberal”. Pero esta sangría fue un proceso -lento y silencioso iniciado en los 70 que llegó a su punto culmine cuando la clase media se vio enjaulada y privada de lo más precioso que posee: sus ahorros. Las imágenes se repetían en todos los rincones del país: cientos de miles de cacerolas llenas de bronca retumbaban junto a millones de estómagos vacíos. El establishment y la clase política, comandada por Fernando De La Rua, no tenían una respuesta inmediata para arreglar los problemas causados por su avaricia capitalista. No había solución que no implicara un nuevo engaño al pueblo argentino y a su clase trabajadora. Las calles se transformaron en barricadas, el helicóptero se encendió y la traición comenzó a tomar forma.

Para entender el por que del estallido económico y social del 19 y 20 de Diciembre es necesario partir de una base: la crisis del 2001 fue una crisis capitalista en Argentina, caracterizado por la destrucción industrial, la hegemonía de la burguesía financiera y la extranjerizacion de la economía. Fue de carácter capitalista –y no neoliberal como muchos sectores del forismo intentan imponer para acotar la onda expansiva y dejar reductos para el reformismo- que eclosiono atacando a uno de sus principales “productos y aliados”: la clase media. Aquella que durante los 90 paseaba en Miami, tierras gringas donde no llegaban los gritos de agonía de la clase trabajadora y el proletariado en harapos. En el periodo del menemato, las políticas económicas de Martínez de Hoz dieron un salto cualitativo y cuantitativo. Miles de grandes fábricas cerraron, la extranjerización económica y cultural fue avasallante. Pese a los constantes reveces, los sectores más excluidos resistieron en cada piquete o manifestación incluso hasta dar la vida, como con los asesinatos de Teresa Rodríguez o Anibal Verón. Estas políticas económicas fueron promovidas especialmente por Domingo Cavallo -ex Ministro de Economía del menemato y de la Alianza que transformó el Palacio de Hacienda en un apéndice del FMI- y pusieron al país al borde del precipicio. La gran vedette menemista fue la privatización: fueron vendidas a capitales extranjeros la empresa estatal de telefonía y comunicaciones, Aerolíneas Argentina, YPF y sus derivados, los ferrocarriles, la industria del hierro y el acero, las compañías de gas y agua, cientos de inmuebles estatales y se dieron en concesión cerca de 10.000 kilómetros de autopistas, varias represas hidroeléctricas, etc . El saldo -más que negativo- fueron millones de despedidos o “retirados voluntariamente”, unos magros 27.000 millones de dólares en las arcas estatales y un país de rodillas. Para fines de 1999, luego de diez años de intensivo saqueo y convertibilidad, Argentina le debía a la banca internacional más de 145.300 millones de dólares, veinte veces la deuda externa antes de la última dictadura militar. Haciendo un paralelismo con la medicina, el paciente era terminal y su metástasis voraz. Convengamos que siempre estuvo enfermo y cargo con el cáncer del capitalismo, pero la Dictadura Militar empeoró el cuadro, Menem lo llevó a terapia intensiva y De La Rua no sabia ni para que servia la penicilina.

PUEBLO QUE LUCHA, PUEBLO QUE APRENDE…

Hacia fines de 2001, con la Alianza en el poder y Chacho Álvarez en su casa, la situación de hambre en la clase trabajadora pudría el efímero entramado social. Según los datos que arrojaba el INDEC, en la Capital y Gran Buenos Aires había más de 3,5 millones de personas bajo la línea de pobreza y, a nivel nacional, la suma ascendía al 40 por ciento de la población, es decir más de 15 millones de habitantes. La desocupación era un flagelo tangible, afectaba a más de un cuarto de la población y seis de cada diez trabajadores ganaban menos de 500 pesos mensuales. Mientras -silenciosamente- la economía argentina y el sistema financiero era socabados por el mismo capitalismo. Gracias a la “remisión de utilidades” –sacar el dinero del país hacia las metrópolis capitalistas- por parte de las grandes empresas, los depósitos bancarios bajaron de 87.000 millones de dólares a principios de del 2001 a 19.400 millones hacia fines de abril de 2002. Para ese entonces, el gobierno de De La Rua ya había demostrado que sus respuestas eran el ajuste, la flexibilización laboral y el recorte de salario para la clase trabajadora. El 2 de diciembre, Cavallo les da al pueblo argentino su último “regalo” antes de Navidad: el corralito. “Hemos tenido que adoptar una medida transitoria de limitación a la extracción de dinero en efectivo”, comunicó el ex ministro. Es decir, restricción para poder retirar el dinero depositado en entidades bancarias en plazo fijo, caja de ahorro y cuentas corrientes. ¿Qué se ocultaba detrás del corralito que transformó en “bolcheviques” a cientos de miles que otrora disfrutaban de la pizza con champagne? Para todos los economistas del establishment, esta medida era necesaria para evitar una corrida bancaria. La realidad fue que la crisis tenía que ser frenada y no castigar de modo ejemplar a las principales empresas que saquearon el país durante décadas. Encontraron una solución, la misma de siempre: que la crisis la pague el pueblo. Al final de cuentas, Argentina era un experimento de las recetas económicas del FMI, la debacle debía ser controlada y sin atacar a los intereses de la burguesía financiera.

La respuesta de la clase oprimida fueron los saqueos para cubrir necesidades básicas y un constante estado de movilización de toda la sociedad. Codo a codo, el pueblo salio a las calles y puso contra las cuerdas a una clase dirigente. El saldo no fue gratuito, 39 compañeros y  compañeras de todas las edades fueron asesinados en manos de los agentes de la represión estatal. Miles fueron encarcelados y heridos, pero lo que no se hirió fue el espíritu combativo de una nueva generación que absorbió el calor del 19 y 20 de diciembre del 2001. De La Rua fue un fusible del sistema capitalista en Argentina y su renuncia en manos del pueblo produjo un aparente vacío político institucional. Pero con el correr de los días el “que se vayan todos” comenzó a atenuarse al ver que los “mismos” de siempre iban tomando nuevas posiciones en el tablero.

Un caos institucional asaltó los  reductos legislativos. Los presidentes se sucedían entre si sin poder lograr un consenso capaz de darles la fuerza para timonear el país y reencausar el curso que pretendían. Ramón Puertas, Adolfo Rodríguez Saa – con  su “memorable” default- y Eduardo Camaño desfilaron por el sillón de Rivadavia, mientras se pergeñaba una salida “más democrática” para la crisis. El 1 de enero de 2002, Eduardo Duhalde –mafioso del conurbano y gobernador de la Provincia de Buenos Aires durante la presidencia de Menem- resultó electo a dedo por la Asamblea Legislativa. El mensaje era claro: se venía la mano dura para aplacar el nuevo movimiento social que cuestionaba la a democracia  representativa argentina.

Y SE ORGANIZA

Mientras, las asambleas barriales eran espacios de real intervención popular y de legitimidad absoluta. En ellas, miles de compañeros dieron sus primeros  pasos en la política, e incluso algunas –pero muy pocasse mantienen en pie, como la Asamblea del Pueblo. Si bien las asambleas fue un fenómeno mucho más ligado a los sectores de clase media o barriadas pobres de la Capital Federal, en el conurbano y el resto del país la lucha se expresó de una manera mucho más acentuada, generando diferentes bloques piqueteros que trataron de resolver una necesidad igual de importante que la falta de comida: la falta de voz para enfrentar al sistema. Las manifestaciones sucedían, ya no eran solamente los cientos que cortaban la ruta en Cutral-Co en los 90, ahora eran un mar de ancianos, jóvenes, niños, madres y desocupados que copaban las arterias de la Capital Federal y del Conurbano.

Era el “nuevo malón” y Duhalde no iba a dejar pasar la oportunidad de intentar contenerlo con la única solución que conocía, desde sus tiempos de amigo de la Triple A: reprimir, asesinar. La tropa estaba lista y la decisión tomada: así sucedieron los asesinatos de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán en la masacre de Avellaneda. El capitalismo no conoce otra manera de parar las crisis que reprimiendo a quienes lo señalan como causante de todo los males. Pero la respuesta popular fue contundente, maciza, multitudinaria, inesperada por el gobierno asesino. El plan había fallado, era necesario retroceder; es que hay momentos en los que las balas no alcanzan para apaciguar una sociedad insurreccionada: se impone, entonces, el tiempo del engaño. ¿Qué mejor engaño que volver a resucitar la urna burguesa, llena de promesas y mentiras? ¿Qué mejor mascarada que ejecutar políticamente a uno de los causantes de la crisis –Menem- y preparar unas elecciones en las que un “desconocido” gobernador, presuntamente progresista, sea el verdugo del riojano? El establishment llamó a elecciones anticipadas para descomprimir el caos social y Duhalde apoyó la candidatura de Néstor Kirchner, otro de los “mismos” que se había fotografiado junto al genocida Videla y al vende patria Menem, al que no vaciló en calificar como el “mejor presidente de la historia!”

LA RESTAURACION CAPITALISTA Y EL PODER
DE ROSTRO AMABLE

El día que asume Néstor Kirchner, el proceso del 2001 comienza a cerrarse. Las heridas capitalistas van cicatrizándose gracias a la conciliación inconsciente entre un pueblo oprimido y su opresor. El Estado, que antes había sumergido en la malaria a la clase trabajadora, comenzaba a embellecer su discurso. Su posición progresista y su reivindicación al Peronismo más combativo no eran otra cosa que una pantalla de humo para que el pueblo perdiera sus consignas de lucha y claudicara frente al poder “omnipotente” de la gran democracia burguesa. Los mismos de siempre seguían siéndolo. La clase gobernante volvió a su lugar espurio, expropiándole al pueblo movilizado la posibilidad de ser dueño de su destino.

Las causas de por que la clase trabajadora no logró tomar el poder son varias, entre ellas las consecuencias del apoliticismo de los 90, secuela de la gran derrota de los años 70, el aparato cooptador de los partidos tradicionales y del régimen y la falta de capacidad de respuesta frente a los constantes intentos de sabotaje al movimiento popular. Lo cierto, es que siempre existe un Kerensky capaz de cortar de raíz cualquier balbuceo de revolución. La historia deberá decir que Kirchner salvó al capitalismo en Argentina. Deberá decir que en su momento más crítico, de mayor división y debilidad burguesa, al capitalismo le  fue mucho más útil y económico el voraz clan patagónico -pese a todas sus irreverencias y desplantes, con su reivindicación de épocas malditas para la burguesía, con su populismo, sus piqueteros amigos y su discurso setentista- que la dureza y la mano de hierro de los profetas del orden. Pero, también deberá decir la historia que la restauración del orden capitalista en la Argentina después del 2001 no hubiese sido posible sin la traición, la entrega y el servilismo de Hebe de Bonafini, de Estela de Carlotto, de la mayor parte de los organismos de DD.H.H; que tampoco le hubiese resultado fácil si las grandes organizaciones piqueteras no hubiesen transado con el régimen, como lo hicieron Luis D Elia y su FTV; el PCR y su CCC; Tumini y Ceballos con Barrios de Pie y Libres del Sur y muchos MTD y otras organizaciones menores. Que les hubiese sido mucho más difícil engañar  al pueblo si los centristas y reformistas de todo pelaje, desde muchos de los ex guerrilleros hasta el Partido Comunista no se hubiesen integrado al oficialismo. Los procesos revolucionarios siempre tienen la virtud de poner las cosas blanco sobre negro, dejando en el cajón de los recuerdos a la mentira, el buen discurso y el engaño político. Esta década de luchas permitió que el pueblo viera en qué canasta ponían los huevos todos estos izquierdistas de papel, los mismos que, ahora, acompañan al oficialismo en su viaje final, el que lo despojará de la máscara amable para asumir el rostro implacable del ajuste, del hambre, del tope salarial, de la inflación como robo cotidiano, y de la represión como único argumento de cierre.

La historia dirá que en esta década el Kirchnerismo le sacó las papas del fuego al régimen capitalista, que lo hizo en buena medida en provecho propio pero lo hizo. Quizás también diga que el fin de la década fue, también el fin de su proyecto. Fue útil para un incendio, no sirve para dos. Hoy, los pueblos del mundo se levantan contra sus gobernantes en todos los confines de la tierra. No hay lugar  del mapa donde no haya una protesta social en curso, una revuelta en ciernes, una rebelión en gateras. Y los pueblos se levantan contra sus gobernantes que gobiernan en nombre de los intereses sagrados del capital financiero. Pero también se levantan contra el capitalismo y la opresión, contra la miseria y la entrega. Argentina, el país profundo donde aún quedan rescoldos del 20 de  diciembre, queda cerca, muy cerca de ese mundo en revuelta y el pueblo que lo habita aprendió mucho en estos diez años. Pronto lo demostrará.


La nota fue publicada en la Revista La Maza

martes, 13 de diciembre de 2011

Entrevista a Yusseff Mohammad al-Arjentiny: Una ráfaga de verdad.

 
Yusseff es combatiente de las milicias de Misrata, principal foco insurgente conformado por obreros y jóvenes que lucharon contra Gadafi. Ahora la disputa es por no entregar las armas al organismo traidor del CNT y a los imperialistas de la OTAN. 


Por Ezequiel Alvarez 

Sus palabras sangran esperanza. Emmanuel Piaggesi ya no es el mismo joven de 23 años que partió de su Neuquén adoptivo para saciar el don más preciado de un revolucionario: sufrir y luchar por la libertad de la clase trabajadora. El norte de África lo acogió como su hijo, Libia fue su hogar y hasta sus compañeros de arma lo rebautizaron en nombre, sufrimiento y alegría. Hoy, este joven combatiente representa la verdad que recorre las arenas y todas las ciudades libias: la de un pueblo oprimido que ha ejecutado a su dictador en la lucha por romper sus cadenas con Occidente y con los traidores de siempre.

La Maza: Yusseff, ¿Qué hacías en Argentina antes de irte a del país?
Yusseff Mohammad al-Arjentiny: Era maestro de enseñanza práctica en una escuela pública de Neuquén. Participé de la manifestación donde el aparato opresor del Estado asesina al compañero Carlos Fuentealba. Tuve la oportunidad y desgracia de presenciar ese hecho. Después el pueblo rodeó la Casa de Gobierno en repudio al asesinato, ahí fue donde me agarró y golpeó la para-policía de la Asociación de Trabajadores de la Educación del Neuquén. Estuve “fichado” y perseguido durante mucho tiempo. Ese suceso fue algo que me marcó, el movimiento que se había creado en Neuquén tenía la oportunidad de derrocar al criminal de Sobisch, y en cambio todas las direcciones burócratas y burguesas traicionan esa lucha,  traduciendo esa sangre derramada en un aumento de 400 pesos.

LM: ¿Cómo llegaste a Libia?
YMA: Había estado un tiempo en Palestina y luego me fui a Egipto. Mi idea era volver a Palestina, pero me encuentro con el proceso que terminó con la renuncia de Hosni Mubarak, que inmediatamente contagia a Libia y explota en Bengazhi. En ese momento me intereso por la causa libia y cruzo la frontera. Esto fue aproximadamente en marzo del 2011. No conocía a nadie, apenas piso suelo libio me propongo como objetivo tratar de saltar el muro mediático e informar todo lo que sucediera a los contactos que tenía en Argentina. En los centros de información, trabajando con la prensa, comienza mi relación con la Revolución Libia.  

LM: ¿Cómo te vinculas a la resistencia?
YMA: Un día salimos con un grupo de periodistas a cubrir un enfrentamiento en Ajdabiya. A partir de ese momento me di cuenta que mi deber era colaborar en un plano militar y que mi tarea como colaborador de la prensa tenía que ser secundaria. Aún como “periodista”, continúo avanzando con los milicianos en el terreno hasta que el resto de la prensa decide volver y me quedo solo con los milicianos. Esa tarde-noche tomamos la ciudad. No se veía mucho porque era una noche sin luna y las condiciones no eran buenas. Como manejo el árabe, comenzaron a pedirme ayuda y empecé a ayudar sumándome a las actividades. Muchos de los milicianos salían al combate con cuchillos y palos, la única forma que teníamos de hacernos con un arma de fuego era quitándoselas al Ejército. Esa fue una de mis primeras tareas, ya que las tropas regulares se habían retirado, dejando atrás todo el material de guerra. Para ese entonces, ya era el argentino que acompañaba a las milicias.

Los “mercenarios” de la OTAN

LM: ¿Recibiste algún tipo de entrenamiento para el combate en Libia?    
YMA: No, fue todo muy rudimentario. Aprendíamos a medida que los combates se sucedían, salvo los soldados de base que se pasaron para las filas de la milicia. Pero su instrucción también era bastante pobre, porque convengamos que las únicas que estaban muy bien entrenadas y armadas eran las brigadas de los hijos del dictador. Estos grupos - llamados Katibah- eran paramilitares encubiertos que se encargaban de la defensa de la familia de Gadafi y eran los que más resistencia oponían en los combates.

LM: ¿Quiénes componen las milicias?
YMA: Mis compañeros de armas eran obreros. Había trabajadores de la industria de los barcos, metalúrgicos, mecánicos, cafeteros, camioneros, taxistas, petroleros, etc. Estábamos organizados de una manera muy simple: el que te dirigía constantemente en el campo de batalla era alguien que veías que no ibas a poder seguir, porque era el primero en cargarse las municiones y la ametralladora para arremeter contra el enemigo. Se ganaba el respeto de todos nosotros porque hacia las cosas que la mayoría no podía hacer. Durante la primera parte del combate de Misrata, nos dirigió un compañero que era bastante táctico, siempre estaba a la par nuestro y nunca llevaba un ametralladora –porque decía que no la necesitaba-, pero si una granada, ya que antes de dejarse atrapar se iba a inmolar. En la segunda etapa del combate, nos comandó un “tachero”. Esas eran las personas que a las que respetábamos, personas emergidas del pueblo. En la parte operativa, habíamos tomado ciertas medidas como exigir tarjetas de identificación -confeccionadas por nosotros- para todo aquel que portara armas para evitar el robo de armamento. También, a aquel que se lo encontraba culpable de traición, se lo mataba luego de un breve tribunal miliciano. No había muchas oportunidades para equivocarse. Ni mucho menos para tener el coraje de levantar la voz, si ese mismo coraje no lo si habías demostrado en el campo de batalla.

LM: ¿Cómo funcionaba la vida civil del país durante esos meses de intenso combate? ¿Quién se encargaba de la atención médica y la comida?
YMA: Lo que convence aún más de la lucha y me da fuerza para seguir adelante, es que se generó una especie de sociedad anárquica. Nadie mandaba y todos sabían qué hacer. Había un grado de solidaridad y fraternidad total, todo estaba al servicio del pueblo. Como las milicias eran el pueblo, las empresas expropiadas por los trabajadores producían petróleo y nafta para las camionetas que habíamos expropiado y acondicionado para el combate. Los alimentos se distribuían igualitariamente por voluntarios o milicianos a todo el pueblo. Durante un tiempo me desempeñe en esa actividad. El pan se regalaba, el agua se regalaba, en fin, todo era producido por el pueblo así que debía ser del pueblo. Nunca nos llegó nada del programa de las Naciones Unidas. Casi siempre comíamos una especie de tuco aguachento con algunos porotos y un pedazo de pan. Salvo cuando hacíamos algún atraco en los barrios del ejercito y expropiábamos la mercadería, que la repartíamos entre el pueblo.

El bufón y su séquito

LM: ¿Cuál era la imagen que se tenía de Gadafi antes de estallar la revolución? 
YMA: Muchas personas mayores -que habían vivido el ascenso al poder de Gadafi- revindicaban sus principios. Aún añoraban esa imagen de líder popular que afirmaba que el poder iba a estar en manos del pueblo y que atacaba abiertamente al imperialismo. En cambio, la gente más joven – que nació, se crío y vivió con lo más nefasto y represivo del gadafismo – opinaba todo lo contrario. Estas nuevas generaciones han vivido una serie de sucesos que los marcan a fuego, como cuando cuelgan a varios opositores al régimen en una mezquita y el proceso de la guerra de Irán y Afganistán, donde el dictador claramente se pone del lado de Bush. Entonces ellos se preguntaban “¿No es Gadafi el que nos dice desde hace 40 años que no debíamos aprender ingles por que el imperio habla ingles y ahora se pone de su lado?”. Había un discurso muy fuerte contra el imperialismo, y eso se ve tanto en las personas más adultas como en los jóvenes, que no lo apoyaban por haber hecho lo mismo que “combatió” en sus inicios. Otro de los hechos que marcó al pueblo fue la desaparición de los 1200 presos que participaron en un motín en 1996, que recientemente aparecieron en fosas comunes. Se vivían situaciones tensas hasta por detalles o bromas. Un día le hicieron un chiste Saadi Gadafi, quien jugó en los equipos del cual su padre era accionista. Un grupo de vecinos - de un barrio muy pobre-  le pusieron la camiseta de Saadi a un burro y lo largaron a la calle. Varios soldados, al ver semejante burla,  acribillaron al animal. Había odio contra Gadafi, porque las generaciones oprimidas ni siquiera podían “escapar” mediante la cultura o el esparcimiento. Las únicas actividades que se podían hacer era jugar al fútbol o salir a caminar. 

LM: Actualmente existen corrientes políticas que se desprenden del progresismo estalinista, del Foro Social Mundial, del castrismo y chavismo, que consideraban a Gadafi como el patriota nacionalista que levantó el nivel de vida del pueblo libio y que esta es una insurrección basada en la ayuda de la OTAN para apoderarse el petróleo. ¿Cuales son las banderas de pelea de las milicias?
YMA: Para comprender los motivos hay que analizar el comienzo de esta insurrección. Los principales motores del pueblo libio fueron las necesidades básicas de comer y vivir. Si bien explota por otros motivos, el malestar era muy generalizado y profundo dentro de la clase trabajadora libia. Por darte un ejemplo, hasta se les complicaba  casarse ya que -según la costumbre musulmana- para hacerlo es necesario tener dinero para ofrendar una especie de “dote”. Había una gran parte de la población que hasta de ese simple derecho estaba privada, incluso muchos morían vírgenes a los 50 o 60 años. Esto es un dato casi anecdótico comparado con la situación de hambre que sufre gran parte de la población. En un país donde haces un pozo con una pala y brota petróleo, tenés barrios desastrosos y la gente viviendo en una miseria extrema. Libia tiene una población aproximada de  seis millones de habitantes y en su mayoría están concentrados en las metrópolis. En cada una de las grandes ciudades son infinitas las necesidades que uno puede observar en infraestructura. Viven entre cloacas rebalsadas y calles sin asfaltar, imagen fácil de asemejar con una villa miseria.

LM: ¿Como vivían las personas que trabajaban o tenían una relación estrecha con el régimen?
YMA: Vivían como privilegiados. Llegaron a crear una grupo que se llamaba Al-lejan Thawryia, maquillado como “grupo revolucionario” por el dictador. Cualquiera que era miembro de este grupo -es decir que tenía que hacer tareas de inteligencia, raptar y cualquier cosa necesaria para instaurar el terrorismo de estado- sería recompensado con bienes materiales. Algo muy evidente cuando ingresábamos a las casas de alguna de estas ratas. Eran grupos de adinerados, leales a Gadafi y traidores al pueblo libio. En Misrata, a todos los que tenían una credencial de Al-lejan Thawryia se los mató. Este accionar, junto con el honor de que en nunca cayó una sola bomba de la OTAN en la ciudad, hizo popular a las milicias de Misrata y nadie nos pudo arrebatar nuestro legitimo triunfo, como si ocurrió en Bengazhi. Nosotros, el pueblo de Misrata, echamos a las más de nueve brigadas que mandó el dictador para aplastarnos. Recuerdo que apenas llegue a la ciudad, un hombre de 50 años me invitó a ver su ametralladora, prometiéndome que era la mejor que iba a poder ver. Al entrar a la humilde vivienda, extendió las manos y me enseño una barreta. Me quede asombrado. El hombre se trepaba a los tanques del Ejército con un bidón de nafta y la barreta, forzaba la escotilla y los prendía fuego con los soldados dentro. Luego, cuando ya la lucha estaba avanzada, logramos sacarle al Ejército misiles RPG, con los que lográbamos quebrarles las orugas a los tanques. A todo aquel que se ensucia la boca hablando e insulta a mis compañeros y a la sangre de los caídos diciendo que somos tropas terrestres de la OTAN, les digo que todas las armas que usamos eran viejas y de fabricación rusa. Las mismas que le habían dado la Unión Soviética al gobierno de Gadafi. No recibimos plata, armas ni chalecos por parte de nadie. No se entiende cómo puede haber estúpidos que vean en un diario la imagen de un miliciano con una vieja AK-47 y se digan “a estos los armó el imperialismo”.

LM: ¿Qué opinaban los milicianos del supuesto acuerdo táctico que había con la OTAN?
YMA: Sobre ese supuesto acuerdo se habló mucho más fuera de Libia que dentro. Lo que pudieron ver y tantear los milicianos fue el primer ataque a la ciudad de Bengazhi contra el Ejercito. En este punto quiero detenerme, porque hay que tener en cuenta que el ataque de la OTAN se produjo cuando ya las milicias habían repelido a las tropas de Gadafi. Luego la OTAN se carga injustamente al hombro el triunfo que les correspondía a los milicianos y ensucian la imagen de la Revolución Libia. Fueron las milicias las que en el puente del barrio de Al-Thawra habían frenado al Ejército. No fueron los aviones, ni Sarkozy, fue el pueblo. En el campo de batalla jamás se vio un ataque de la OTAN. No teníamos comunicaciones en común, no las queríamos tener, y si nos llegaban rumores los desatacábamos. Es más, existió lo que mal denominan “fuego amigo” por parte de los aviones de occidente.  Varios grupos de convoys milicianos que trasgredieron las “líneas rojas” que limitaban el terreno de combate, fueron bombardeados. Recién empezada la revolución, habíamos logrado –con la ayuda de alguno de los compañeros que eran mecánicos- poner en perfecto estado a más de 40 tanques cargados a tope de municiones y misiles. Esa ofensiva iba a ser decisiva y acortaría los plazos de la caída del gobierno, dando un triunfo aplastante sobre las fuerzas del régimen. El plan era entrar a Brega, controlar la ciudad para luego ir en apoyo a Misrata, tomar Sirte y luego entrar en masa a Trípoli. Ante la inminente victoria -por parte de estas milicias con un alto grado de anarquismo- la OTAN bombardeó los tanques criminalmente con los milicianos dentro. Fue impresionante, primero sentimos los aviones, luego la explosión y después la onda expansiva de calor de las detonaciones. El “fuego amigo” no existe cuando los misiles y bombas que tiran estas ratas imperialistas tienen un margen de error de metros. Detonaron una formación de decenas de tanques con banderas de las milicias, muy fáciles de divisar desde las imágenes de satélites o desde el aire. Esa masacre fue registrada por varios medios burgueses mundiales que estaban presentes, pero pactaron no hacer público lo sucedido.

LM: ¿Cuál era la relación con el gobierno del Consejo Nacional de Transición (CNT)?
YMA: Desde un primer momento al CNT no se lo vio como algo fuerte y con buenos ojos. No era una autoridad dentro de las milicias, ni en Misrata  y menos en Bengazhi, donde los combates fueron en el desierto y era una total anarquía. Nunca  vino un representante oficial del gobierno a decirnos “hagan esto o lo otro”. Nos llegaban mensajes que nos querían imponer -por parte de la OTAN y el CNT-  límites de combate en el terreno, que eran desacatados todo el tiempo. Aparte, el CNT no es respetado porque esta conformado por ex gadafistas. Uno de estos que se pasaron de bando fue Abdel Fatah Yunes,  -Ministro del Interior gadafista- que fue ajusticiado por su pasado y porque, cumpliendo funciones para el gobierno de transición, no dejaba avanzar a las milicias en Brega, Bengazhi. Ese personaje también sostenía que había que tener una comunicación fluida con la OTAN y acatar sus órdenes. Mientras este traidor decía eso,  las milicias avanzaban –sufriendo incontables pérdidas- y demostraban que por si mismas estaban derrocando a la dictadura. Claramente su ajusticiamiento fue un ejemplo, y a partir de ese momento noto que nuestros enemigos comienzan a tapar el verdadero accionar miliciano. Algunos integrantes del CNT quisieron tener actitudes demagógicas para ganarse al pueblo. El perro de Mustafá Abdeljalil, que fue Ministro de Justicia de Gadafi y ahora es el Presidente del gobierno de transición, se ganó un sector religioso cuando dejó “plantado” –según el dicho popular- a la basura de Sarkozy por irse a rezar. Ese sector lo apoya por algo que nunca se va a saber si realmente hizo. Pero en definitiva hay una mayoría popular que no se identifica con el, ni con Khalifa Haftar, que estuvo 20 años viviendo en Estados Unidos y ahora quiere venir dar ordenes a los libios.

LM: ¿Había sectores populares organizados,  más allá de las fuerzas armadas de elite,  que defendieran a Gadafi? Porque otra de las ideas instaladas es que en Trípoli hubo una resistencia popular en defensa de su régimen.
YMA: No. Primero, si hubiera sido así, era imposible diferenciar a supuestos sectores populares gadafistas organizados del Ejército regular, ya que todos vestían iguales y tenían los mismos tipos de armamentos. Había un grupo de Muwtattawein – es decir voluntarios -, que fueron los primeros que se rindieron sin tirar un solo tiro y salían a la calle a decirnos que nos apoyaban. Nosotros marchamos desde un pueblo en las afueras de Misrata hacia Trípoli. Cuando llegamos a la capital, no recibimos tiros sino muestras de simpatía de la población civil. Las personas nos recibieron con los brazos abiertos, nos consideraban una milicia de liberación.

La dignidad de un pueblo.

LM: Ya caído Gadafi, ¿Que empezaron a debatir la clase trabajadora y los sectores más radicalizados?
YMA: Se afianzó la idea de que las armas no las vamos a entregar de ninguna manera. Se sangró mucho para conseguir un rifle. Entonces, el arma no significa solamente una herramienta de poder y un símbolo de lucha, sino que esta sostenido con la vida de los mártires. El nivel de armamento distribuido en el pueblo es masivo. Esa es nuestra democracia, y desde los inicios era algo que no se iba a negociar, al igual que la certeza de que si las milicias capturaban a Gadafi nadie lo iba a entregar al CNT ni a ningún país extranjero. Las únicas manos que podían hacer justicia ejecutándolo eran las del pueblo. Los compañeros que lo capturaron y lo ajusticiaron son considerados popularmente como héroes. Cuando se conoció la noticia, hubo manifestaciones de alegría por las calles. El que se lamenta de que no lo pudieron juzgar, es simplemente un traidor. Cuando vi las imágenes del momento de su captura sentí orgullo.

LM: ¿Ese era el final para Gadafi que querían el CNT y la ONU?
YMA: Definitivamente no era el que sucedió. Nos querían imponer que si capturábamos a algún defensor de régimen -por más bajo que sea su rango-, lo entregáramos a unos puntos u oficinas que ellos iban emplazar. Jamás lo hicimos. Al que no encontrábamos culpable lo dejábamos libre y el que era culpable lo ajusticiábamos. Generalmente tratábamos de no matar, salvo en el campo de batalla. Hoy en día en Libia hay una persecución por parte de la burguesía contra los compañeros que ajusticiaron a Gadafi. Existe una encarnizada campaña de desprestigio contra los autores materiales, que utilizan para tapar una gran verdad: por más que una sola persona haya sido la que apretó el gatillo, fue el pueblo el que aprobó ese final. Por suerte hay un desacato total por parte de las masas en Misrata hacia el CNT, y va a continuar de esa manera. El CNT prevé conflictos con el pueblo y ha empezado a crear grupos de “guardias civiles”, es decir su propio aparato represivo. Hay asesores extranjeros de la OTAN que están ligados al CNT con el objetivo de controlar a las milicias. De hecho, al inicio del conflicto los milicianos capturaron a cuatro asesores franceses y mataron a dos de ellos. El imperialismo –junto con sus colaboradores- utilizara cualquier táctica para desarmar al pueblo. Es nuestro deber, así como el de una verdadera izquierda revolucionaria, apoyar a las milicias. No solo en Libia, sino en cualquier lugar del mundo donde un pueblo se alce contra su clase opresora y emprenda el camino hacia su verdadera libertad.


Una clase, una lucha

LM: ¿Cómo se expresa el pueblo libio frente a la causa palestina?
YMA: Hay un grado de solidaridad impresionante, no solo con los palestinos sino con todo el mundo árabe y musulmán. Ellos -por una cuestión religiosa- se lavan mucho las manos y me decían que no abra mucho la canilla porque hay hermanos en África que no tienen agua. Poseen una conciencia que los identifica con la lucha de los pueblos oprimidos. De hecho, había palestinos en las filas milicianas. Así como también egipcios, bosnios, macedonios –pero estos últimos vivían en el país previo al estallido revolucionario-.En relación a la lucha palestina, los libios no hablan de que es un enfrentamiento contra los judíos, sino que es contra los sionistas. No rebajan el conflicto a un aspecto religioso y son muy tolerantes, más allá de alguna discusión normal, pero que no trasciende al aspecto económico, social ni militar para comprender la lucha de liberación palestina. Gadafi tenía una comunicación fluida con los servicios de inteligencia sionistas. La imagen popular sobre el ex dictador era de soporte, “buchón” y gendarme de Israel. Hay algo que lo vi con mis propios ojos, cuando entrábamos a los bunkers de los gadafistas encontrábamos armas israelíes. Armas que estaban completamente prohibidas para la venta civil y calibres que no son comerciales.

LM: ¿Cómo ves los otros procesos revolucionarios que se están llevando adelante en el Magreb?
YMA: En Egipto y en Túnez, las masas no llegaron a tomar las armas al Estado porque hubo maniobras que las engañaron. Un hecho fundamental –como lo sucedido en Egipto- fue que el Ejército se “pasó” del lado del pueblo. La población confió en que se había ganado el apoyo de las fuerzas armadas, que los iban a defender, ya que estaban instruidos militarmente. Por ende, no iban a tener la necesidad de armarse. Ese mismo Ejército era el que custodiaba a Mubarak, líder de un régimen que propagó miseria y hambre extrema en cada rincón del país. Todas estas luchas en el Magreb y el norte de África tienen un denominador en común, el pan no alcanza.



La nota fue publicada en la Revista La Maza