jueves, 4 de octubre de 2012

A fuego lento: Guiso a la Cristina



Caceroleros vs Gobierno: una pelea entre los que quiren y viven a costas de los explotados y humildes.


 

Por Ezequiel Alvarez 

Una señora entrada en años, gesticula y deja entrever la habilidad del cirujano plástico. Otra se pasea con un cartel pidiendo “libertad”. Un joven de unos treinta años muestra una pancarta “brillante y esclarecedora” que afirma que “esto no es Cuba”. Miles y miles  de estos personajes particulares sazonaron un variopinto show en las calles porteñas, al ritmo de unas cacerolas vaciadas para la ocasión. La política argentina –siguiendo un rumbo lógico y predecible-  se está adentrando en un capítulo que no tendrá vuelta atrás: la ruptura con vastos sectores de las clases media y media alta que fueron beneficiados por la seguidilla de milagros bíblicos de la era K.  Y eso sucede en el marco de la disputa de fondo,  y que realmente preocupa seriamente,  al gobierno bonapartista de Cristina que es su sucesión o re-reelección de cara a los próximos comicios presidenciales, mientras el país se hunde en una pantanosa e irreversible crisis.

¿TODAS LAS CACEROLAS SON IGUALES?

"La Argentina no tiene, como en el resto del mundo, un partido de derecha fuerte que canalice ciertos reclamos, entonces antes se recurría a los cuarteles y hoy a los grandes medios de comunicación",   afirmó el jefe de Gabinete Juan Manuel Abal Medina. Algo de razón tiene esa frase. Es innegable que la marcha de los “indignados de Santa Fe y Las Heras”- que se replicó en las principales ciudades del país- fue fogoneada por sectores vinculados tanto a la derecha tradicional como al peronismo federal. También fue evidente la feroz cobertura que le destinó el grupo Clarín. Todos ellos son sectores que intentan acaparar capital político dentro de la descomposición de la franja social en conflicto. Cada uno intenta sacar tajada de la situación. La oposición de turno, ve una ventana de disputa para las próximas elecciones legislativas. Noble-Magneto y compañía, intentan dar un golpe y acaparar poder contra el gobierno antes del 7 de diciembre, día en el que vence la cautelar por la Ley de Medios. Todo eso es cierto,  pero reducir el análisis de este fenómeno a que los únicos instigadores maquiavélicos son estos sectores, sería digno de una persona con el “coeficiente Barone” y nos catapultaría directamente al panel de 6-7-8. La lectura de la protesta tiene que ser fina -no en sintonía- y contextualizada con el mundo que vivimos y no con el que relatan por cadena nacional o mediante el carisma de Nelson Castro. Lo que está detrás de los reclamos es un factor mucho más visceral y presto a estallar: es la descomposición del aparato económico capitalista que está produciendo la irrupción de la crisis internacional y la conflictividad tanto en las calles como en las esferas de poder.

La marcha se había convocado varios días antes vía Facebook y mails. Ya todos –opositores, oficialistas, medios de comunicación, etc.- sabían lo que iba a suceder, pero ninguno imaginó la repercusión y la magnitud que finalmente terminaron expresándose en miles de personas enardecidas contra un gobierno que antes era un socio silencioso y ahora les resulta más molesto que  sus empleadas domésticas pidiendo aumentos de sueldos. ¿Cuándo fue la última vez que la clase media y media alta salieron a las calles a protestar? Muchos se apresuran interesadamente a comparar estas manifestaciones con las ocurridas en el 2001. Esa comparación está lejos de ser cierta. Lo que si ya es una realidad, es la inestabilidad que va a ir tomando fuerza al calor de la crisis. ¿Qué tienen que ver el “que se vayan todos” con el “que se vayan los K”? El 19 y 20 de diciembre de 2001, los sectores medios salieron a enfrentar el Estado de Sitio del gobierno de De La Rua, en un contexto donde la crisis hundía a los más pobres e incautaba los ahorros de todos los argentinos bancarizados, incluyendo a millones de trabajadores obligados a cobrar sus sueldos en cajeros. Esas movilizaciones denunciaban a toda la clase dirigente y a sus instituciones como cómplices y artífices de la debacle social. Incluso, durante ese periodo de movilizaciones, no fueron pocas en las cuales la consigna era “piquete y cacerola, la lucha es una sola”. Está claro que amplios sectores de la clase media comenzaron a transitar un proceso de ruptura con el gobierno de Cristina Fernández, pero las consignas no son contra la clase dirigente en su totalidad y menos contra el capitalismo. En esta oportunidad el malestar creciente se expresó en los reclamos por seguridad, a favor de la liberación del dólar y contra la presión impositiva. Son, al final de cuentas, efectos de la reducción del margen de acción que estallan “para preservar lo conquistado”, según afirmó el Viceministro de Economía Axel Kicillof. El cinturón de la economía argentina no solo aprieta a las clases más humildes con despidos y una inflación anual del 20 por ciento, sino que ahora está empezando a tocar intereses de la clase media. Y eso, para los sectores acomodados, es peor que una traición. Párrafo aparte merece el rechazo a la reforma constitucional, que fue uno de los pocos gritos que se hizo unísono en la marcha. Sin la re-re no hay Cristina, y sin Cristina ¿Hay proyecto “nacional y popular”? En estos últimos meses, diferentes patas políticas y referentes del gobierno nacional han intentando instaurar  un debate sobre la reforma de la Constitución para lograr su cometido. Como buen gobierno personalista, no existe dentro del cristinismo un candidato potable capaz de ser presidenciable, salvo ella misma. El que era el delfín, Amado Boudou, pasó a ser más impresentable que una vieja del agua luego del escándalo Ciccone. Con esta cruzada, hasta el momento, lo único que lograron es el repudio de amplios sectores de la sociedad y poner en las manos de la oposición burguesa una herramienta de construcción impensada. A una oposición perdida, fragmentada -y que ha sido incapaz de liderar o contener cualquiera de los reclamos de la movilización- el propio gobierno le dio un elemento unificador y donde pueden hacer ancla. Es incuestionable que un gran porcentaje de los manifestantes se siente representados en Macri, De Narváez, Binner, y hasta en Scioli, pero muchos de estos referentes burgueses no cuentan por si solos con la capacidad de capitalizar rotundamente este nuevo suceso social. La campaña contra la “dictadura k” y su perpetración en el poder será la punta de lanza frente a las próximas campañas legislativas. Jugarán aún más fuerte de lo que lo vienen haciendo. Y a modo de ejemplo de la “militancia”, el Frente Amplio Progresista ya se propuso juntar un millón de firmas en contra de la re-reelección y puso un stand en Florida y Diagonal Norte... Salvando estas payasadas, hay una realidad que no debe ser menospreciada: muchos sectores verdaderamente populares ven con simpatía cualquier protesta contra el régimen y no cuentan con ningún tipo de alternativa o referencia por izquierda. Como sucedió con el “fenómeno Blumberg”, estas movilizaciones pueden ser  capitalizadas por la derecha si el pueblo trabajador no asume su papel  en la lucha contra el ajuste.

UNIDOS Y ORGANIZADOS...

Pese a que varios funcionarios del gobierno nacional se han mostrado despreocupados sobre la manifestación del jueves 13, en el fondo la realidad es otra. A la marcha no fueron la izquierda –salvo Izquierda Socialista- ni los piqueteros, ni sindicatos,   ni organizaciones sociales que siempre están dispuestos a tomar la calle y hacer oír sus reclamos. Fue una clase que históricamente está regida por el individualismo y un profundo desprecio hacia el accionar militante –cortar una calle, manifestarse, etc-. Salvo, claro está, que todo prejuicio se deja de lado  cuando sus intereses están en juego. Que este sector haya salido y copado la Plaza de Mayo es una señal de alerta que ha empezado a generar grietas dentro del poder hegemónico del gobierno nacional. La lucha ya no es mediante el televisor, la radio o los diarios. Se salta a otro plano donde poner el cuerpo es fundamental. La derecha lo sabe, y es algo que aprendió gracias al fastuoso campo de aprendizaje al cual el kirchnerismo ha lanzado la disputa: el gobierno ya ha pagado un alto costo político cuando la Sociedad Rural y los sectores agrarios juntaron más de 250 mil personas en un acto contra la 125. Instalado en conflicto con el campo, el gobierno kirchnerista sufrió un duro revés en manos de Francisco De Narvaez. Hoy, a un año de las próximas elecciones legislativas el clima parece estar repitiéndose,  con el agravante de que en los próximos comicios se define la suerte del kirchnerismo: si no logran una mayoría en las dos cámaras, adiós a la reforma constitucional. 

Este desmoronamiento – para muchos “incipiente”, pero profundizándose  vertiginosamente en los últimos tiempos – de los sectores sociales que apoyaron la gestión kirchnerista o la toleraron, es un hecho que está a la vista de todos. Meses atrás, la ruptura con la CGT moyanista fue el indicador de que parte del movimiento obrero comenzaba a apartarse del gobierno Nac & Pop. Los constantes enfrentamientos con Peralta, Scioli y De La Sota están marcando un alejamiento de las filas del peronismo histórico, aunque hoy en día continúen formalmente dentro del gobierno oficialista. Mientras la caja fiscal del Estado estaba rebosante de divisas, todos eran amigos. Ahora las ratas se pelean entre sí para ver quién sale primero a la cubierta de un barco que se hunde en medio de la decadencia de la crisis mundial capitalista. El gobierno no parece estar dispuesto a ceder su principal objetivo político, que es la reforma constitucional. El problema es que carece de margen económico para seguir comprando sindicalistas, “chetos” y gobernantes. La saqueada cajita feliz de la   ANSES, es pan para hoy y hambre para mañana. Es insuficiente para reactivar la economía y generar un clima de optimismo capaz de calmar las aguas de cara a las elecciones legislativas. Mientras ésta revista está en las rotativas, la presidenta se encuentra en una reunión de negocios con el CEO de la petrolera Exxon Mobile Corp, una de las  principales compañías junto con Chevron y la china Sinopec, que con sus miles de millones de dólares van a “profundizar la soberanía” de la flamante nacionalizada YPF.  Este nuevo saqueo de los recursos naturales – el yacimiento de Vaca Muerta- es una de las grandes apuestas del gobierno de Cristina Fernández para inyectar dinero en una economía estancada por segundo trimestre consecutivo. Pero, como van las cosas, más que apuesta es una quimera.

La respuesta oficial a tanta desventura es poco clara. Frente a las manifestaciones – ya se prevé una próxima para el 8 de noviembre- el gobierno tiene tres opciones de acción: minimizar los reclamos, conceder frente a ellos o confrontar abiertamente con estos sectores en todos los espacios posibles. Por el momento, la primera fue  la señalada a seguir desde la mesa chica de Olivos. Bastaba con prender la tele o la radio los días posteriores al 13S –como lo denominan los “caceroleros”- para ver una horda de funcionarios públicos nacionales poniendo paños fríos y resaltando el hecho de que se respetó a los manifestantes. "Tienen todo el derecho del mundo a expresarse de la manera que les parezca y elegir el temario que les parezca. No me merece ningún otro análisis" se despachó muy suelto el actual senador K Aníbal Fernández, aunque aclaró no saber "cuáles son los planteos que están haciendo". Conceder ante alguno de los reclamos sería una tremenda derrota que dejaría al régimen mucho más débil de lo que se encuentra. Implicaría entregar alguna cabeza, llámese Etchegaray o Moreno o  de alguno de los ladrones que roban para la corona. En cambio, el oficialismo baraja la posibilidad de realizar una contra-marcha el 27 de octubre próximo, cuando se cumpliría el segundo aniversario de la muerte de Néstor Kirchner. La mayoría de la camarilla K es consciente de que esa medida elevaría los niveles de confrontación, concatenando reacciones mucho más virulentas. Para eso es necesario tener agrupada a la tropa propia y la comprada. Y todo cierra. Aquellos tibios progresistas y nacionalistas de izquierda hoy han hecho suya la agenda cristinista y hasta llaman por lo bajo a defender las instituciones frente a un “posible golpe”.

LA ¿ULTIMA? CENA.

La inestabilidad y el enfrentamiento político serán la característica central de la vida pública y social del país durante los próximos meses. La burguesía nacional   fragmentada ha comenzado un período de disputa por la salida política en el marco de la crisis económica. Ninguna de estas fracciones tiene intereses comunes con el  pueblo trabajador y hambreado. Cuando el humilde se organiza y embiste por lo que le pertenece,  la burguesía -en todas sus fracciones- activa sus métodos de control: adormecerlo mediante concesiones o reprimirlo con mano dura. El aparataje estatal sé esta aceitando para controlar cualquier tipo de desorden social. La persecución contra activistas y delegados gremiales independientes, el espionaje del Proyecto X, la represión a los pueblos originarios como los Qom, el “gatillo fácil” - que escapa a todas las jurisdicciones- y la constante criminalización de las protestas de los pobres son realidades que solo no ven los ojos de los necios y aduladores del régimen. Es necesario que la clase trabajadora, los sectores estudiantiles, los humildes y los más postergados irrumpan en este escenario. Resulta fundamental una carga social más plebeya y menos “progre” para que los tonos de los reclamos indefectiblemente no se vuelvan más reaccionarios y conservadores, haciéndole el caldo gordo a los sectores concentrados de la sociedad. El mundo entero está viendo como el capitalismo esta quitándose la piel de cordero y muestra  dientes y garras. Es un régimen de explotación que no tiene otra salida que morir o morir matando. Por suerte, en Argentina, cada vez son más los sectores populares que nuevamente comienza a descreer de la clase política, el parlamentarismo y el legalismo y toman conciencia que el poder yace en ellos mismos. También se han dado cuenta que la “profundización del modelo” se transformó en reventar espaldas de los trabajadores y que no hay  Estado de bienestar que dure eternamente.

El camino que tiene por delante el gobierno parece estar deparándole escenarios de confrontación similares y peores a los vividos hasta el momento. La oposición burguesa - aquella que se ha quedado fuera de las cajas públicas y de los grandes negociados- y los sectores populares - los cuales son moneda de cambio en este arbitraje capitalista- van a ser víctimas de enfrentamientos de baja o alta intensidad, según la coyuntura lo amerite. Siempre habrá un Berni para reprimir los cortes y piquetes de los pobres, mientras las manifestaciones de clase media - media alta son amparadas, hasta el momento, bajo el paraguas de los derechos constitucionales. No es descabellado caracterizar a la camarilla burguesa enquistada en el gobierno nacional como una banda en retirada y rumbo al reciclaje. Sólo que no lo harán de buena voluntad ni con educados modales. Ellos también defenderán lo que consideran propio -el manejo discrecional del aparato estatal y sus recursos-  con uñas y dientes. Al fin de cuentas, los que están invitados a la bacanal estatal o la miran deseosos desde la ventana, solo aspiran enriquecerse siendo la homeostasis de un sistema decrépito, tan decrépito y desgastado como la moral de sus militantes, escribas y sirvientes.


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EL MOTIN PRETORIANO 
por R.B

El ajuste de gastos sociales y salarios públicos en que está empeñado el gobierno de CFK acaba de provocar un previsible estallido de reclamos y bronca. Era de esperar que, en una economía golpeada por la falta de empleo, los magros salarios y el acoso de la inflación contra los pobres, los recortes salariales iban a generar duros conflictos sociales. Pero lo que no era imaginable es que la vanguardia del reclamo estuviese a cargo de la Guardia Pretoriana del régimen.  Gendarmes y Prefectos, más de sesenta mil privilegiados guardianes del orden social, con salarios que cuadriplican los que cobra un honesto trabajador argentino, se auto acuartelaron y tomaron los Comandos de sus fuerzas cuando descubrieron que el ajuste iba, también para ellos y que sus sueldos se reducían a poco menos que la mitad de lo percibido en septiembre. Justo ellos, protegidos y mimados por el kirchnerismo, fuerzas de ocupación en nuestras villas y barriadas pobres, matones incondicionales del régimen, golpeadores de luchadores y sindicalistas, espías por cuenta y orden,   serían los que darían el primer golpe sobre la mesa del ajuste económico.  Las cifras en juego ascienden a muchos millones de pesos, demasiados. Es que todos los miembros de las fuerzas de seguridad nacionales cobran la mayor parte de su sueldo en negro. Mientras su salario en blanco no supera los dos mil pesos, los adicionales con los que el gobierno los premió durante años, representan sumas que harían empalidecer de vergüenza a cualquier demócrata.

Así, el motín de los Pretorianos ha puesto al descubierto una vasta trama de privilegios para los represores que llegan a percibir hasta diez veces su sueldo en concepto de "premios" varios. O sea, el "gobierno de los Derechos Humanos", destinaba miles de millones de pesos para recompensar la eficiencia represiva y el salvajismo  de éstos enemigos del pueblo. Claro, ahora, ante la caída de los ingresos públicos y el apriete de cinturones, no se le ocurrió mejor idea que  quitarles esos favores ilegales y vergonzosos a los mismos verdugos que ellos alimentaron. Y recibieron la peor respuesta: los verdugos privilegiados e impunes  muerden la mano que les dio, precisamente impunidad y prebendas... Y no se andan con chiquitas: cortan calles, hacen ostentación de armas, ocupan edificios, amenazan a funcionarios y emplazan al gobierno con verdaderos ultimatums. Un verdadero desastre para la pretendida autoridad del gobierno y para sus planes represivos.  Pero, esta vez,  el patetismo y la improvisación de la camarilla de arribistas burgueses que nos gobierna ha generado un hecho político que, incluso, pone en riesgo las libertades democráticas que tanto esfuerzo y sangre le costaron a nuestro pueblo. Es que el saldo más importante de este motín -más allá del acuerdo económico al que lleguen- es la instalación de una fuerza cuasi militar como fortalecido bando político, claramente enfrentado no sólo al gobierno miserable sino, en primer lugar, al propio pueblo trabajador.  La única solución democrática y de raíz de éste conflicto es, precisamente, la que el gobierno no va a adoptar: movilizar al pueblo y disolver la Guardia Pretoriana.  En consecuencia, en vísperas de tiempos más conflictivos todavía, la camarilla gobernante se asume como rehén de sus propios guardianes.

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